En este artículo os vamos a presentar el programa que llevamos a cabo en prisiones, gracias a la entrevista realizada por 5 usuarias de la entidad Laura, psicóloga del programa y por Belén, terapeuta ocupacional, a los internos participantes del mismo en las prisiones de Bonxe y Monterroso.
Desde el 2011, Alume ha venido realizando un programa de atención a personas con trastorno mental severo en las prisiones de Bonxe y Monterroso. Este programa tiene principalmente 2 objetivos:
- Dar visibilidad a un colectivo que se encuentra escondido y bastante desatendido en prisión.
- Mejorar la calidad de vida de estos usuarios dentro del centro penitenciario.
Dentro del programa se realizan actividades de psicoeducación y manejo de la enfermedad por parte de la psicóloga, y talleres de habilidades cognitivas, psicomotricidad y habilidades sociales, por parte de la terapeuta ocupacional y una de las trabajadoras sociales de la entidad.
Aunque el trabajo es un poco complejo, porque los participantes a veces muestran poca motivación, vemos que nuestra labor es valorada, y lo que más valoran es que les hagamos caso, según cuenta Laura, psicóloga del programa, “Es un espacio que tienen para ellos, para hablar de un tema en el que allí no se les pregunta gran cosa. No suele haber interés para hablar con las personas para ver que tal están, qué les pasa. Valoran tener un espacio específico para ellos.” Y también valoran, en palabras de un participante que “ayuda a mantenerme ocupado y distraído, me suelo relajar si ando un poco agitado” en un día a día que todos coinciden en que se hace largo y aburrido. Aún así, hasta llegar a esto cuesta hacerles entender que participar en el programa les aporta beneficios a su salud mental y también, en algunas ocasiones, penitenciarios.
Otras dificultades las encontramos en la parte económica y en las actividades que podemos llevar a cabo en el centro penitenciario, por el material que podemos introducir. Al final prima la creatividad para poder hacer las cosas, ya que no podemos entrar con mucho más que bolígrafos y folios.
También aporta Laura que si se le permitiese mejorar algo “haría obligatoria la formación específica en salud mental para los trabajadores de allí dentro” aunque reconoce que ha visto la evolución en estos años que lleva en el programa y dice “Aún así, no podemos depender de que estén o no formados, ya que hay internos con problemas de salud mental en todos los centros”.
Sobre la atención a las personas con enfermedad mental en prisión, queda aún por hacer para que su atención sea la adecuada. Los centros penitenciarios son recursos que se supone buscan la rehabilitación y reinserción de las personas, pero que no cuentan con la financiación necesaria para poder hacerlo. Al final son las entidades sociales las que entran a cubrir esos huecos, por eso nos encontramos con programas implantados por Cruz Roja, Aliad, APCA, o nosotros.
En las prisiones de Lugo tampoco hay un psiquiatra en plantilla. De hecho, hasta hace poco los presos tenían que solicitar sus citas, que fuesen aprobadas y salir escoltados por guardias civiles y pasar el rato en la sala de espera esposados. Con esto, muchos de ellos decidían no salir a las citas. También en Monterroso contaban con un psiquiatra que acudía voluntariamente, cuando podía. Esto no era una situación ideal, por lo que a base de insistir, se consiguió hace 3 años que las personas con trastorno mental severo fuesen incluidas en el cupo de atención del equipo de continuidad de cuidados, y así poder hacer una revisión periódica por parte del psiquiatra dentro de la prisión.
Con la pandemia, en los primeros meses se frenó la atención presencial, pudiendo solamente prestar apoyo telefónico desde la asociación a los profesionales que intervienen con los usuarios. En junio del año pasado, pudimos volver a entrar en Bonxe, en un principio por locutorio, lo que implica tener por medio una mampara, y como dice uno de los participantes “hacer actividades allí es complicado”. En julio pudimos volver a entrar en Monterroso, y la situación se normalizó un poco en las dos prisiones, pudiendo regresar a los espacios que antes utilizábamos, pero con grupos más reducidos o incluso de forma individualizada para minimizar riesgos. Un usuario precisamente se queja de que “no estamos vacunados, siendo las prisiones un grupo de riesgo debido a las muchas enfermedades que aquí existen, VIH, problemas de pulmón, hepatitis, problemas respiratorios, etc.”
Las personas con las que trabajamos varían constantemente, aunque ahora no tanto por la pandemia, pues los traslados están parados. Hay participantes que llevan más 5 años y los hay que acaban de empezar. También los hay que ya habían estado en el programa en otras prisiones.
Estos internos suelen contar con una escasa red social de apoyo, que además tiende a estar desestructurada, cuando no es inexistente, por lo que es normal que a la pregunta de cómo se sienten dentro de la prisión haya esta respuesta “Después de 9 años preso y faltándome para salir un año y 9 meses tengo miedo. Lo perdí todo: familia, hijos. Todo. Me veo solo en el mundo. En prisión tengo de todo, en la calle no tengo nada. No sé que puedo hacer el día que salga y la cárcel lo único que me aportó fue empeorar yo y quedarme sin nada en la vida.”.
Concluímos reinvindicando la necesidad del programa y de la mejora en la atención a los usuarios y en su visibilización, ya que tanto la enfermedad mental como el estar en prisión están altamente estigmatizados, y estas personas se encuentran con un doble estigma que les hace difícil el conseguir su inclusión social.